sábado

Mabel Herrera


Cristina la impulsó a la lucha. Fue el motivo que Mabel tuvo para caminar horas y días Plaza de Mayo. La razón se multiplicaría 30 mil veces. Enfrente, desde el palacio rosado, el poder militar se encargaba de dirigir una realidad donde el miedo había sido instaurado, el horror sacudía a diario y la muerte se convertiría en cómplice de los Falcon verdes y los generales de turno. Los detenidos luego serían desaparecidos. Pero no pudieron borrar su identidad, sus anhelos, su lucha, que fuera reivindicada en cada marcha, cada Madre, cada Abuela. Pañuelos blancos, pies cansados, llanto que nubla la vista, coraje que nace del dolor del cual supieron ser compañeras. Los jóvenes de la década del ‘70 lucharon con la convicción de que era posible “un poco de igualdad entre las personas”. Pensar, sentir, organizarse, eso les costó la vida. “Ella quedó en venir el 31 de diciembre del 77’, cuando no vino pensamos lo peor”, retoma el relato Mabel. Los medios de comunicación de la época optaban por el silencio, sin embargo, un diario le revelaría a Mabel la verdad de lo sucedido. El relato se impregna de dolor. “Una vez leí en el diario que dos chicas estaban esperando el ómnibus hasta que las interceptaron. A una la apresaron, y la otra corrió una cuadra. A mí me parecía verla, verla a Cristina correr”. Su presentimiento la llevó hasta La Plata. Se dirigió a la dirección que figuraba en el periódico. “Todos me decían que estaba loca”, señaló. Ella fue igual. Le dijeron que había sucedido una cuadra más allá, en una esquina donde había una ferretería. Le consultó a una señora de aquel comercio. “Me miró con una angustia... y me dijo: ‘¿usted sabe?, pasamos las peores fiestas de nuestras vidas, la tristeza que teníamos... sí, había una chica, ¿sabe la cantidad de policías que la rodearon?... era impresionante, para una sola chica, era impresionante. Ella pedía por su hijita, lloraba y decía que la dejaran ir porque tenía una hijita. Cantidad de policías se la llevaron ’”. La voz de Mabel se entristece. “Era Cristina”, dice. El recuerdo de aquella juventud de la cual su hija formaba parte la reconforta. “Pobres, ellos que soñaban tanto… Todos me decían, mi hija me decía, que querían tener una casita, un buen sueldo, mandar los chicos al colegio y nada más. Si no piden nada más, si con eso están felices, me decía Cristina”.

“Ellos luchaban tanto por eso… lloraban a veces, sentían la lucha en el alma, en el corazón”, asegura. Esa pelea era incorruptible. “Era una justa lucha para que haya un poco de igualdad entre las personas.. Ellos no se querían equiparar a esa riqueza tan grande, querían vivir decentemente”, sostuvo Mabel y enseguida añadió: “Dios quiera que esa lucha se concrete, pero va a ser difícil, porque los que tienen mucho, mucho, no quieren resignar nada”. Cuando sus hijos no aparecían, las Madres se volcaron a Plaza de Mayo y se apropiaron de ella.. “Al principio estábamos rodeadas de policías, lo único que les faltaba era traer cañones”, ilustra Mabel. Después la presencia policial se dirimiría. “Si no hacíamos nada, marchábamos nada más”, indica Mabel. “Nada más y nada menos… era una marcha tranquila, nunca fuimos violentas, la marcha parecía tranquila aparentemente…”, recuerda. El significado iba mucho más allá.

Las Marchas de la Resistencia marcaron la historia. Mabel indaga en el pasado y señala: “íbamos a Buenos Aires o a cualquier marcha, íbamos llenas de ilusión, que algo bueno se iba a producir. Así luchábamos cada vez más”, queda ilustrada, en las palabras de Mabel, la fuerza que Madres y Abuelas desplegaban al viento, a pesar del frío, a pesar de la lluvia. “Una vez –prosiguió Mabel- que viajamos juntas con Angelita, cuando llegamos a la Plaza había tanta gente, tanta, tanta, que nos pusimos a llorar, de emoción, de alegría. Pensábamos ‘toda esta gente va a empujar, va a pasar algo, vamos a saber algo’. Pasaban los días y no, siempre igual”.

Las Marchas marcarían un nuevo camino. “Trajo un poco de alivio, dentro del horror se hacía más llevadero”, destacó Mabel. Las Marchas de la Resistencia han llegado a su fin, pero la firmeza al denunciar a los genocidas, y la tenacidad para seguir exigiendo que la memoria se mantenga viva, y seguir requiriendo verdad, están intactas. “Todavía hoy seguimos pidiendo justicia”, asevera Mabel. La lucha de las mujeres de pañuelos blancos e ideales insobornables se mantiene aún latente.



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