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Guillermo Berdini

“Guillermo era una persona especial”, revela Chiqui cuando le preguntan por su hijo. “De chiquito era vago, pero siempre pensaba en su amigo. ‘Mamá dame (plata) para la pelota porque el otro no puede comprarla…’ Siempre fue así”, explica ella mientras indaga en los recuerdos.

Guillermo Berdini siempre se destacó donde estuvo. Como estudiante en el secundario, como miembro del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) donde militó y hasta fue un soldado predilecto cuando le tocó realizar la colimba. Son las vueltas de la vida. Las mismas que lo llevaron a saludar, frente a frente a Isabelita Perón y López Rega. Herminia Soledad Pereda de Berdini, o sólo puede llamársela Chiqui, asegura que para aquel encuentro le compró ropa especialmente, aún la conserva.

Un recorrido por los primer años de la vida de Guillermo lo muestra “muy inteligente, aunque no le gustaba mucho estudiar”. Tras la finalización del secundario vino a Mar del Plata con sus padres, Chiqui y Pepe. Hizo la colimba en la Aeronáutica de esta ciudad, relata una de las primeras Madres de Plaza de Mayo que se comenzaron a congregar en la ciudad.

Después de finalizar la colimba lo nombran coordinador de todos los hoteles y bungalows en Chapadmalal. “No podía, le había agarrado como un sumenash, entonces renunció y lo pusieron de intendente en el número dos. Fue cuando vinieron López Rega e Isabelita. Le tuve que comprar pilchas, algunas las tengo guardadas todavía: un saco blanco, un pantalón azul, una corbata a rayas. Ni sabíamos quién era López Rega. Qué destino tienen los seres humanos...”.

. Después terminó la temporada y lo sacaron a la Cámara a sacar leyes, de Diputados me parece. Pero duró poco tiempo”. Sin irse de Buenos Aires, comenzó a trabajar en una fábrica y también a militar. “Me parece que militaba hacia los montos, porque estuvo diez días preso con otros compañeros de la fábrica, que nunca lo supe yo”.

Luego Guillermo regresó a Mar del Plata a vivir con sus padres al hotel que tenían ubicado en Tucumán entre Castelli y Garay, al lado de un destacamento policial. “Empezó a trabajar con el padre y a militar en el PST, contó Chiqui.

Guillermo fue secuestrado en dos oportunidades. La primera vez estuvo cinco días encerrado, tras el segundo secuestro, aún se mantiene desaparecido.

En la madrugada del 29 de octubre de 1976, tocaron el timbre en el hotel. Chiqui se levantó pensando que se trataba de pasajeros. “Tres tipos eran: dos con caras de gitanos, como decía mi marido, y uno rubio que mirá quién era: Astiz. Me dicen: ‘señora venimos por una cuestión de rutina’. Como no estaba Guillermo estaba tranquila”, reveló.

El joven estaba en casa de sus suegros. Hacía un mes y nueve días que se había casado con Julia. Guillermo regresaría después de comer. “Vino a las dos de la tarde. Pepe sentado en la cabecera de la mesa me dijo que había llegado Guillermo, y en lugar de venir para la puerta nuestra, enfoca para la de la comisaría. Apareció Julia como loca: ‘Don Pepe, Don Pepe, Guillermo quedó detenido’. Mi marido salió como tiro. Teníamos las calles valladas y había dos o tres armados”.

Guillermo estaba en un escritorio. Le dijeron que se quedara tranquilo, que había una orden de la Marina para que quedara detenido por averiguaciones de antecedentes. Antes de llevarlo personal militar fue al hotel. “Nos dijeron que nos quedáramos tranquilos, que si no tenía nada, pronto saldría”, contó Chiqui.

Estuvo cinco días detenido en la Base Naval. “Lo trajeron otros milicos. ¿Vio señora que quien nada tiene pronto sale?. Acá lo tiene, lindo y gordo como se lo llevamos, un poco despeinado’”, le habían dicho. “Estaba despeinado”, recuerda. El motivo sería la capucha que le habían colocado. En la base recibió torturas psicológicas y muchas preguntas.

El 3 de noviembre lo habían soltado, y el ocho volvieron a secuestrarlo. “Lo agarraron frente al Automóvil Club cuando estaba con mi marido por pagar el impuesto al automotor. Se cruzó un Falcon y los encerró”. No supo nunca más de él.

Pasaría mucho tiempo para que Chiqui se diera cuenta no lo volvería a ver. “La esperanza duró años, años...”, sostiene. “Dicen que tiempo consuela, no es que consuela, sino que te da paz”, añade enseguida.

Las pilchas que decidió comprarle a su hijo para recibir a López Rega e Isabelita en el complejo de Chapadmalal donde era intendente del hotel número dos, aún están guardadas. Chiqui sabe que Guillermo no volverá a usarlas, pero no se deshace de ellas, sabe que su hijo la sigue acompañando.


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