
Delia Magdalena Etchehun tiene apenas 89 años y se prepara para recibir uno más.
En Dolores, provincia de Buenos Aires, la “Choli”, nació el 21 de septiembre de 1917, y llego a Mar del Plata en 1943. Casada con Rodolfo Muñiz Arriage y madre de 5 hijos.
Una de sus hijas, Maria Dolores Muñiz Etchehun, era estudiante de Derecho en la Universidad Católica. Siete días antes del golpe cívico-militar de 1976, cuenta, se llevaron a mi hija.
Y recuerda, “a las 3 de la mañana, violentaron la puerta de nuestra casa, en un enorme operativo: Ejército, Marina y Policía Federal. Se la llevaron descalza y en camisón. En ese momento mi esposo estaba de viaje. A su regreso, vio la puerta rota a hachazos y que faltaba su hija”.
“Junto a un abogado fueron a hablar con el Coronel Barda, pero éste, con el cinismo que caracterizó a todos los represores, dijo desconocer por completo el operativo.
En ese momento, quedamos muy desorientados, y al pasar los días, leo en un diario de la ciudad que los familiares de desaparecidos se reunían en la Parroquia de San Pedro. Y allá fui, y conocí a otras madres en mis mismas circunstancias, preguntándonos: ¿quién se llevó a nuestros hijos?, ¿Dónde los llevaron?, ¿Qué hicieron con ellos?”
“Ahí comenzó nuestra lucha, que, a 30 años, continuamos sin bajar los brazos”. El 28 de abril de 1983 las Fuerzas Armadas daban a conocer lo que ellas suponían sería el Informe Final sobre el tema de los secuestrados desaparecidos durante el régimen militar.
La versión oficial sobre el Terrorismo de Estado significaba un compendio de falsedades y se trataba de un verdadero agravio para todo el país. Sostenía que los crímenes más siniestros debían quedar sin sanción y que además, los hechos protagonizados por las Fuerzas Amadas debían ser considerados como "actos de servicio". No podía haber dignidad en el retiro de un gobierno que había violado sistemáticamente las dignidades y los derechos humanos, secuestrando, torturando y desapareciendo a los ciudadanos argentinos, dejando un saldo de 30.000 personas muertas y desaparecidas, un millón de exiliados y profundas e imborrables heridas en las sucesivas generaciones.
Con el retorno de la democracia, “la gente participó mucho más, estábamos más acompañadas, pero creo que a diferencia de estos tiempos y de que muchos no quieren compromisos, tenemos muchas personas que nos apoyan en nuestra lucha”.
Entonces ofrece un café, y seguimos hablando de su infancia, de su vida en el campo, de cómo conoció a su marido, un empleado bancario que tardó un año en invitarla a “tener una amistad”, y se ríe.
La tarde termina con una pregunta sencilla: ¿Cómo ves a los jóvenes? Ella respondió: “Cuando vamos a los colegios los chicos nos miran extrañados, porque para ellos somos historia viva. Vemos en sus caritas, cuando nos preguntan por qué seguimos luchando, la esperanza y el futuro”.
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