1/7/2000
Micro de Madres de Plaza de Mayo.
Por la Memoria:
De nuestro periódico escribe Graciela Jaeger, una Madre de Tucumán.
Historia para se contada:
Don Salvador Navares, era un hombre de extracción campesina, acostumbrado desde pequeño a los rigores de la pobreza. Ya en la vejez, trabajaba un modesta quinta de citrus y hortalizas y criaba aves de corral en Villa Muñecas, suburbio de San Miguel de Tucumán, penando desde el alba al anochecer, sobre la tierra que ni siquiera era suya,¡qué iba a ser!, arrendatario y gracias. Estaba encariñado con los chicos que, tras los partidos de fútbol en un descampado próximo, le pedían permiso para usar el grifo de agua, donde calmaban la sed (…)
Corrieron los años, crecieron los chicos, el entorno se volvió juvenil, y las charlas sobre temas futbolísticos sucedían comentarios sobre la realidad político social de la provincia y del país. Don Salvador se explayaba a sus anchas sobre su dura experiencia de changuito de zafra.
Se reivindicaba peronista porque, “fue la única vez que al trabajador, se le reconocieron efectivamente sus derechos”.
En los años 70, algunos de los muchachos visitantes de la quinta, pertenecían a la JP y hacían trabajo social en el barrio. El viejo, de narrador, se había convertido en atento y deslumbrado oyente de sueños y proyectos.
“¡Así tienen que ser los jóvenes!”, se entusiasmaba. Festejó con ellos el triunfo electoral del 11 e Marzo del 73’. El 25 de Mayo, tras la asunción de Cámpora, lloró de emoción y de alegría, por la liberación masiva de los presos políticos. Lo sacó de su estado jubiloso la masacre de Ezeiza. 2Se vienen tiempos muy fieros. La Isabel y el Brujo ése, son dos víboras. Y Perón no ve.”
El 1º de Mayo del 74’, siguió por la TV cada detalle del acto público. Y cuando oyó el anatema, a los 2estúpidos imberbes” y vio a la juventud volver la espalda y abandonar la Plaza, su cólera no tuvo límites. Lloró también, pero de bronca: ¡traidor1 ¡vendido! Vociferaba. ¡Milico tenia que ser!. Hizo añicos el retrato del líder. (…)
Llegaron los días terribles de Triple A, el Comando Nacionalista del Norte, el estado de sitio. La quinta, más de una vez, albergó a los que pasaban a la clandestinidad. “llagábamos al amanecer, o a la nochecita”, recuerda un militante.
Hubo reuniones, pero “reuniones bien en serio (…)”. Fuera de la casa, don Salvador se inclinaba cuidadosamente sobre un surco de hortalizas, regaba, cavaba, podaba los naranjos o arreglaba el alambrado, en realidad, vigilaba los alrededores, listo para dar la voz de alarma en caso de peligro.
Una mañana del 75’, ya en pleno Operativo Independencia, llegó un vehículo militar con tropa fuertemente armada requiriendo a Salvador Navares. El estaba trabajando en un plantío de zapallitos.
Reaccionó aireado, resistió a sus captores, los increpó a gritos.
Lo golpearon con increíble saña. Sangrando profusamente lo arrastraron hasta el vehículo, y una vez adentro, siguieron propinándole puñetazos y patadas.
Todos los esfuerzos por conocer su paradero, todos los trámites resultaron estériles. Siguiendo elementales precauciones, los visitantes y los participantes de las reuniones se pusieron a buen recaudo. Sin embargo, nadie fue molestado. No hubo búsquedas, seguimientos ni detenciones. La quinta fue registrada con resultados negativos. El viejo, con sus setenta y pico de años a cuestas y después de la salvaje golpiza, seguramente no había llegado con vida al interrogatorio. Pasaba el tiempo, los días se transformaban en meses llenos de desesperanzas. (…)
Un año después, y sin aviso previo, en medio del revuelo imaginable, se apersonó don Salvador en su domicilio. Venía en deplorables condiciones físicas, pero con todo su orgullo intacto. No sabía adonde había estado, sólo que era lejos, un par de horas de viaje, y en el campo, porque al descender del vehículo “se sentía olor a trébol”.
Y adentro había mucha gente, pesa también y en muy mal estado, pero no pudo saber quienes eran, porque estaba prohibido hablar y en vez de nombres tenían números. Sí claro que lo habían torturado. Golpes, azotes, electricidad, mordeduras de perros, pero él no había soltado prenda. “¡Conmigo se equivocaron!” repetía casi con alegría. “Me pueden llevar mil veces, pero no voy a darles el gusto de cantar. Antes, me matan.”
Don Salvador sobrevivió poco a su liberación. (…)
Su salud estaba sumamente quebrantada. Nos dejó, casi sin agonía, al año siguiente. Pero – y esto puede resultar extravagante- esa muerte no pudo borrar el sentimiento jubiloso que produjo su reaparición. (…)
Que el viejo no “canto” en el tormento es un artículo de fe: no solamente no hubo perseguidos, ni detenidos, sino que mucho tiempo después, terminada la dictadura, cuando ya no vivía su mujer y la quinta había pasado a otros propietarios, fue demolida la casa, y allí aparecieron, intactos, numerosos “embutes” cuidadosamente practicados.
En estos tiempos en que el “boom” setentista abunda en historias de desertores, de “quebrados” de “arrepentidos”, de represores, yo, quiero rescatar la historia verídica, del sencillo valor de un hombre de nuestro pueblo. Y es, a pesar de todo, una historia con final feliz.
Como siempre los invitamos a la marcha que todos los jueves realizamos frente a la Catedral alas 16 hrs. Donde podrán adquirir nuestro periódico.
Hasta el próximo Sábado.