jueves

"Angelita"

Si yo la pudiera ver ahora le diría que me siento muy orgullosa de lo que hizo. A pesar de que le costó la vida, ella hizo lo que creía mejor. Ella pensó mucho en los demás”. Angelita habla de Adriana y se emociona. Sus palabras se impregnan de dolor, de melancolía. “Hoy me arrepiento de no haberla comprendido. Lamento que ella se haya llevado esa imagen de mí, y por eso seguí luchando, por eso no me quedé en casa. Antes no veía tantas injusticias. Tenía razón de luchar”, asegura. Entonces ella, junto a las Madres a quienes les habían arrebatado sus hijos, levantaron sus banderas y continuaron su combate en busca de la igualdad y la justicia que estaban desaparecidas en épocas de dictadura. “Nuestros hijos nos parieron a la lucha”, señala hasta el cansancio Hebe de Bonafini. De eso se trata.

Cuando se le pregunta por sus proyectos, Ángela Barili de Tasca anuncia: “seguir luchando”. Lo hicieron las mujeres de emblemáticos pañuelos blancos durante la dictadura militar, desafiando a generales y genocidas, faltando el respeto a sus políticas autoritarias, y a pesar de los años transcurridos y el dolor que no calma, en eso siguen.

Adriana militaba en Montoneros, vivía al igual que Gaspar, su compañero apodado “Quinto” por ser el número cinco de los hermanos, en La Plata donde sólo le quedaba un año para recibirse de abogada. Angelita no sabía de su militancia, se enteró con el tiempo. “Era una chica sumamente valiente”, afirma con fuerte convicción. “Ellos sabían lo que les podía pasar. Pero tenían tan metido adentro lo que ellos querían que les parecía que lo iban a lograr. Tenían tantas ilusiones, tanto entusiasmo... Eran personas muy inteligentes”, los describe. Pero como toda una generación que peleó por sus ideales, Adriana, embarazada en ese entonces, fue detenida y aún se encuentra desaparecida.

Sin embargo, durante meses Angelita le guardaba ropa a su hija, “la más cómoda”, para cuando blanquearan su detención, y le avisaran donde estaba, poder ir a verla.

Pisar Plaza de Mayo por primera vez. Corría el mes de agosto de 1978. Épocas macabras que necesitaban ser resistidas. “Mi marido en ese entonces tenía coche, fuimos con Mabel (Herrera) a Buenos Aires”. Eran las tres de la tarde, Plaza de Mayo estaba poblada de desconocidas, pero un mismo motivo las había convocado. “De repente a las 15.30 se empezaron a levantar unas mujeres y se pusieron los pañuelos. Nosotros nos pusimos a dar vueltas también”. Los tres lloraron toda la media hora que duró la marcha. “De emoción”, confiesa.

Pasarían los días, transcurrirían meses, se amontonarían los años, pero la lucha seguiría intacta. “Ninguna de nosotras pensó que nunca más veríamos a nuestros hijos. Siempre luchábamos con esa esperanza, de que los chicos estaban con vida”, manifiesta.

Las Madres pedían solas por sus hijos. “No teníamos miedo, yo siempre digo que era una inconsciente”, cuenta. “Queríamos que la gente se enterara que nos faltaban nuestros hijos”. Ellas continúan las marchas, no dejaron de usar sus pañuelos. “Cuando hacemos la Marcha, nos parece que nuestros hijos están a nuestro lado. Yo siempre digo que es una cita de honor que tenemos con ellos. Ellos caminan a nuestro lado”, mencionó Angelita.

El jueves 9 de febrero del 2006 Angelita obtuvo “lo que más deseaba en el mundo”. Se enteró que su nieto la buscaba y esa misma noche lo conoció. “Él es más lindo que el padre. Se parece a mi hija en lo introvertido”, lo describe.

Ese día Angelita había trabajado a la mañana, Bruno, su marido, se había acostado, ella atendió el teléfono. La llamó su hija y le dijo que preparara café. Cuando bajó a abrir la puerta su hija Ana estaba con Estela Murgier, abogada de Abuelas y amiga de Adriana y Quinto. La pregunta fue de su hija: “¿mamá qué es lo que más desearías en el mundo?”. “Encontrar a mi nieto”, respondió. “Ya lo encontramos”, le reveló Ana. El abrazo siguió con gritos, saltos y hasta baile.

Sebastián se enteró que era adoptado a los 22 años. Cuando murió el apropiador a mediados del 2005 se encontró en el velatorio con primos a quienes hacía mucho no veía: ellos le dijeron que podía ser hijos de desaparecidos. Comenzó la duda. Vio en la página web de Abuelas las fotos de Adriana y Quinto. Llevó la inquietud primero a Madres, luego a la sede de Abuelas, y cuatro meses después de realizarse el estudio, supo que eran sus padres. Quiso conocer enseguida a su familia biológica, preguntó si tenía abuelos y viajó hacia Mar del Plata. “Ya no era alegría, yo estaba eufórica, era una cosa desbordante”, reveló Angelita.



Encuentre estearticulo junto a muchos otros en nuestra revista Nº3 de "Madres, la voz de los Pañuelos Mar del Plata"

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